miércoles, 13 de enero de 2010

Peleas. Es lo único que parece existir ahora. Peleas. Hace ya tanto que empezaron que no recuerdas el mundo sin ellas.
Todos, como perros con el morro erizado, lanzándose al cuello de los otros. Todos malheridos, pero ninguno parece dispuesto a dar su brazo a torcer. Los combatientes arrastran a los inocentes que, ajenos a la situación, son arrastrados, entre lágrimas, de su paz para pelear en una guerra que no es la suya. Sólo unos pocos, tal vez afortunados, tal vez egoístas indolentes, consiguen evadir el combate. Pero siempre hay flechas perdidas que los alcanzan. Nadie escapa al torbellino de locura.
Y tú, ¿dónde estás? Encima de una colina, observándolo todo desde arriba, como un dios. Te sientes por encima de todos, pero a diferencia de los otros, tú no dejas de mirar el caos a tus pies. De vez en cuando, plantas la rodilla en tierra, apuntas y aprietas el gatillo. Dejas una marca de desconcierto e ira y sigues observando el transcurrir del tiempo. Como un dios.
¿De veras lo crees? Claro que no. Sólo buscas un momento de evasión para sanar las heridas de tu cuerpo y tu alma. Porque tu también has estado ahí, en primera línea, atacando y defendiendo cuando y a quien creías conveniente. Te crees un pacificador, pero en el fondo no eres más que otro peón moviéndose en el tablero de Dios, y lo sabes. Como sabes que la colina es una ilusión, que realmente tu estás ahí abajo, tirado en el suelo, arrastrándote.
Porque, en el fondo, lo sabes. Sabes que no eres mejor que los que pelean a tu alrededor, desgarrándose mutuamente como bestias. De hecho, puede que tú seas el peor de todos ellos, porque quizás tú fuiste la chispa que prendió el combustible. ¿Y para qué? ¿Para satisfacerte a ti mismo, tal vez?
Tal vez sea ya hora de tomar una decisión. Tal vez la decisión correcta sea arrojar las armas y salir de sus vidas, arriesgándote a que te recuerden como el cobarde que tal vez seas.
Tal vez, sólo tal vez, nada de esto debió haber ocurrido nunca

O tal vez me equivoco...

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