jueves, 25 de febrero de 2010

Un viento frío, una tierra ardiente, un sol medio oculto entre las nubes, unas rocas afiladas, un horizonte ceniciento...lo mismo de siempre. Parece que todo sigue igual. Excepto tú.
El viento frío ya no te quema, la tierra ardiente ya no lacera tus heridas, el cielo nublado no despierta tu ansiedad, las rocas afiladas no rasgan tu piel, el horizonte ceniciento no parece ser el tuyo.
Pero no te mueves. Estás quieto, sentado en el suelo, abrazando tus rodillas. Respiras tranquilo, estás relajado, incluso a veces sonríes. No hay ya nada que te impida avanzar. Entonces, ¿qué haces parado?
Tal vez... ¿tampoco hay nada que te empuje a avanzar?

Una sombra oscura aparece ante ti, salida de la nada, sacándote de tu ensimismamiento. Te resulta tan familiar como todo lo que te rodea.

-¿Has vuelto?
-Nunca me fui de tu lado.

Ahora, sin nada que nuble tu vista, puedes observarla bien. Irónicamente, parece más voluble que nunca.

-¿Para qué has vuelto?
-Para que puedas verme bien.

Miras hacia su mano

-Has perdido tu arma.
-Eso parece.

Te pones en pie.

-¿Y ahora? ¿Qué harás?
-Eso depende de ti

Te clava un dedo huesudo en el pecho. Su uña afilada te arranca una gota de sangre. La apartas con facilidad.

-No hay sitio aquí para los dos
-Al contrario. Soy una parte de ti mismo.
-Puede ser...- concedes. Con un rápido movimiento agarras su muñeca con vehemencia y le pones una daga en el cuello-. Pero esta guerra la he ganado yo.

Lejos de amedrentarse, en su rostro cadavérico se dibuja una sonrisa siniestra.

-¿Hasta qué punto ha valido la pena?

En tu cara aparece una afilada media sonrisa.

-No lo sé

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