martes, 25 de mayo de 2010

Mercenarios

Me miró con la espada ensangrentada y la cara contorsionada en un rictus mezcla de dolor e ira. Tenía el miedo grabado en los ojos. Me miraba como si fuera yo el que había movido su mano.

-¿Qué hemos hecho, Rivav? ¡Es-están mu-muertos!- balbuceó-. Los hemos…

-Cállate- lo corté, tratando de imprimir carácter a mis palabras-. Deja de temblar de una vez o hasta ellos se reirán de ti.

Aquello no hizo sino avivar la ira del muchacho.

-¿¡Que…que de-deje de temblar!? ¡He matado, Rivav! ¡He segado vidas inocentes! ¡He…he escupido sobre mi honor! Maldita sea, Rivav! ¡Maldita sea! – descargó un golpe sobre la pared.

Suspiré y puse los ojos en blanco. No era extraño ver aquel tipo de reacción en el bautizo de sangre de un principiante.

-Escucha, Idia- le dije, tratando de hablar con suavidad-. Deja de lamentarte. Somos mercenarios. Hombres sin dueño ni senda fija, almas libres vendidas al mejor postor. El honor no fue pensado para gente como nosotros. No dudamos, no preguntamos, actuamos. Porque nadie, ¿me oyes?, absolutamente nadie, intercederá por un mercenario-. Hice una pausa y respiré hondo-. Esta es la vida que hemos elegido… si no te gusta, lárgate.

>>Y ahora, registra esos cuerpos y busca algo de valor en las habitaciones. Cuando acabes enciende una antorcha y quema la casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario